“ Érase una vez un país en el que todos vivían felices: se querían, jugaban juntos, se peleaban muy poco y se daban muchos besos.
Un triste día llegó a ese país tan bonito una bruja mala. A
la bruja le daba mucha rabia que las personas se quisieran tanto, así que
decidió lanzar al mundo entero una maldición: hizo sonar las campanas de todos
los pueblos, consiguiendo que la gente saliera a la calle para averiguar qué
pasaba. Cuando todas las personas estaban preguntando por qué sonaban las
campanas, la bruja desde lo alto del cielo dijo:
- No me gusta que seáis felices mientras yo no lo soy; me da mucha envidia, así que a partir de ahora mismo los besos desaparecerán de la faz de la tierra. Aunque lo intentéis nadie conseguirá besarse, y así os volveréis tristes y cascarrabias como yo.
Y riéndose a carcajadas la bruja desapareció.
Pero… la bruja no se había dado cuenta de que en un colegio había unos niños en clase que no habían escuchado las campanadas por lo que el hechizo no les había llegado, y eran los únicos habitantes del planeta que podían dar besos.
Lo primero que hicieron al darse cuenta de que todo el mundo estaba embrujado fue intentar alegrarles. Y cada vez que daban un beso a alguien triste… ¡se rompía el hechizo! La persona besada recuperaba sus propios besos y volvía a ser feliz. El problema era que había demasiadas personas en la tierra y ellos eran muy pocos. Entonces decidieron construir una fábrica de beso: descubrieron que en una caja cabían… ¡millones y millones de besos!
Empezaron a fabricar besos y llenaron la caja. Cuando estuvo repleta, abrieron la puerta, salieron al patio y dejaron que el viento esparciera los besos por todo el planeta.
Así es como las persona que habita en la tierra dejaron de estar tristes y todo el mundo fue feliz para siempre”.
Autor: Luis Salarich
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